domingo, 10 de abril de 2011

Sobre la familia; o bien, las promesas implícitas son las más difíciles de romper.

En todas las familias hay problemas que vistos desde afuera parecen insuperables. Y sin embargo, todos los días se come, se limpia, el tiempo transcurre sin demasiados dramas, uno se acostumbra a las situaciones más absurdas.

En toda familia hay una promesa implícita, incomprensible para los demás, de mantenerse unidos por mucho que se compliquen las cosas.

Si hay un equilibrio de base las cosas se solucionan; pero es necesario que haya amor.

Para que una familia se mantenga unida ha de haber cierto tipo de amor. El amor no está en las formas ni en las palabras, es una condición. Debería ser como una fuerza que se irradia. Cada miembro de la familia debe sacar su propia fuerza, pero la que consiste en dar, no en pedir, de lo contrario es un desastre y la atmósfera de la casa se convierte en la de una cueva de lobos hambrientos.

Mira mi familia: Oficialmente he sido yo quien la ha destruido, pero en realidad no he sido la única responsable. El principio del fin fue cuando cada uno de nosotros empezó a exigir sin más. En el momento crucial, cuando se debe decidir si continuar hacia adelante a pesar de todo, hace falta que haya algo. Un compromiso, dicen algunos, pero yo no lo creo así.

Amor, eso es lo que falta, el maravilloso poder de los recuerdos. Un amor lo bastante fuerte como para hacerte pensar que desearías continuar junto a esas personas.

Si perdura el deseo de respirar esa atmósfera, se puede seguir viviendo juntos.

No hay comentarios: