miércoles, 1 de diciembre de 2010

Hablando de conejos o bien, la noche está estrellada y tú si estás conmigo.



¿Te gustan los conejos? –me preguntó.
Sí –dije–. Me encantan. Cuando era pequeño siempre había conejos en la casa. Jugaba con ellos. Incluso dormí con ellos. 
–¡Qué bien! Yo, de pequeña, me moría por tener un conejo. Pero jamás me dejaron. Mi madre los odia. En toda mi vida, hasta ahora, jamás he conseguido tener lo que deseaba de corazón. ¡Ni una sola vez! Cuesta de creer, ¿no te parece? Tú no puedes entender que vida es ésa, seguro. Cuando uno se acostumbra a no conseguir nunca lo que desea, ¿sabes que pasa? Que acaba por no saber incluso lo que quiere. 
Le tomé la mano.
–Tal vez haya sido así hasta ahora. Pero ya no eres una niña, tienes derecho a escoger tu propia vida. Si quieres un conejo, elige una vida donde puedas tenerlo. Es muy simple. Tienes todo el derecho, ¿no te parece?
–Sí. 
Unos meses después, hablamos de casarnos.

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